Yo también esperaba encontrar fachadas con señales de metralla, casas quemadas, tiendas con persianas bajadas, locales con estanterías vacías y calles sin gente, llenas de escombro y tanques abandonados. Esta es la imagen que nos llega de las ciudades sirias en conflicto, pero lo cierto es que no todo el país responde al pie de la letra a este cliché. En Jendires y Kafer Safra —en una zona controlada por los kurdos al norte de la provincia de Alepo— la situación no es tan caótica y se percibe cierta sensación de normalidad: los clientes entran y salen de las verdulerías, a las escuelas de primaria se imparte clase, las mujeres tienden la ropa en las azoteas y los hombres mayores se sientan en sillas de plástico en la calle observando el tráfico caótico de coches y motos. Ahora bien, esto no quiere decir que no se note que el país está sumergido en una guerra: mucha gente va armada y, por falta de suministro eléctrico, el ruido de los generadores de gasolina es ensordecedor. Las tiendas están abiertas pero sin según qué provisiones y los jóvenes estudiantes se entretienen jugando en algún billar mientras esperan que la situación se calme para poder volver a la universidad de Alepo.
Hace dos años, con el estallido de la guerra, los kurdos sirios que ocupan el norte del país se encontraron en una disyuntiva: unirse a alguno de los cuarenta grupos de diversa idiosincrasia que forman el Ejército Sirio Libre —una parte de ellos islamistas radicales— o seguir fieles a un gobierno de Damasco, más laico, pero dictatorial y con antecedentes represivos, especialmente en el Kurdistán. Ni unos ni otros los acababan de convencer y por eso optaron por una tercera vía: declarar una ‘autonomía de facto’ y gestionar su propia revuelta. Así, ahora hace un año consiguieron echar los militares del régimen y también el ejército rebelde de la mayor parte de sus territorios y, por eso, en el Kurdistán la situación es más estable que en el resto del país. Desde entonces las Unidades de Protección Kurdas controlan la región, se ha creado un Comité con representación de quince partidos kurdos, se ha impulsado la enseñanza del kurdo en las escuelas después de cuarenta años de prohibiciones y ha empezado a emitir RonahiTV, una televisión bilingüe —se puede seguir programación en curdo y árabe— que emite vía satélite desde Bruselas.
Cuando mi amigo David Meseguer me propuso de ir a Siria para grabar el documental La revuelta silenciosa del kurdos en Siria dije sí sin pensarlo mucho. Viajar en zonas de conflicto puede ser peligroso, pero confiaba demasiado con su experiencia como para no aceptar aquella invitación. David es conoce muy bien el territorio, ha estudiado todos los detalles de la historia del pueblo kurdo, se sabe mover en zonas de conflicto y es una persona intrépida pero no inconsciente, un detalle importante cuando viajas a un país en guerra. Con él hemos hecho el seguimiento de cinco personajes para analizar desde cinco vertientes el proceso de autoafirnación que viven los kurdos sirios : la educación, la cultura, la política, las fuerzas de seguridad y los medios de comunicación.
La situación que se vive en Siria —y por extensión en el Kurdistán sirio— es tan compleja que después de diecisiete días de rodaje todavía me es difícil entender que es lo que pasa. . La debilidad del régimen de Bajar al-Asad es suficientemente fuerte cómo para mantenerse al poder y, a al mismo tiempo, la oposición política está dividida y sin control claro sobre los grupos que forman el Ejército Rebelde, unos grupos que comparten enemigo, pero que a menudo también se ‘pelean’ entre ellos. Y en este contexto, los quince partidos políticos del Kurdistán buscan la unidad y evitan la radicalidad de las discrepancias para no dar la razón a aquellos que intuyen un clima de pre-guerra civil entre los mismos kurdos. Ahora, además, habrá que ver como influye el proceso de paz que parece que se ha iniciado entre el gobierno de Ankara y el kurdos de Turquía.
Cuando antes de irnos me despedí del Daleel Hasan — el filólogo de 24 años, sin trabajo, que trabajó con nosotros de intérprete— le deseé suerte: “A ver si esta guerra acaba pronto”. “No confiamos mucho en eso, este es un conflicto enquistado, que puede durar años. ¿No has visto cómo han acabado en Irak? Después de diez años continúan estallando bombas. Nosotros vamos por el mismo camino”, me dijo. Me fui un poco triste, pero contento de haber conocido a Daleel, y su tío Hasan, al profesor Ali Ali, a Faiq, a Mohamed, Hasna, Samira, Ismail, Sherin, Abu, Hesen, Cudî, Haider, Murat, Gulîzar y tantos otros que lo han dado todo para hacernos sentir como en casa. Y con ellos he constatado que en el fondo kurdos y catalanes no somos tan diferentes: acostumbrados cómo están a ser ignorados, cuando alguien se interesa por su cultura y los dice buenos días en kurdo —Roj bas— las puertas de su casa suya se abren de par en par.
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