Durante más de setecientos años los escoceses habían esperado aquella fecha. El 30 de noviembre del 1996, día de San Andreus—patrón de Escocia—, la ciudad de Edimburgo etaba llena de gente. La gente era consciente que aquel día podría cambiar el destino de la nación y por eso casi doce mil personas se congregaron alrededor de Royal Mile, la calle que articula el casco antiguo y une el Palacio Real de Holyrood con el castillo medieval de Edimburgo. Todo el mundo estaba pendiente de la comitiva de políticos, altos dignatarios, religiosos, militares y bandas de gaiteros vestidos de gala que participaban en la ceremonia de traslado de uno de los tesoros más preciados de Escocia. No se trataba ni de joyas, ni de coronas de oro, ni de ninguna reliquia religiosa, sino de una piedra de granito aparentemente —pero sólo aparentemente— insignificante: la Piedra del Destino.
Y es que en época medieval, encima de aquella pieza desgastada, basta y arenosa —de unos 150 kg de peso— se habían coronado los reyes escoceses. La tradición, pero, se rompió el 1296, cuando en el marco de las batallas medievales de la independencia el ejército inglés se llevó la piedra como botín de guerra después de un enfrentamiento con los escoceses. Desde entonces, y a pesar de las diversas promesas de regreso, la piedra había estado en una de las capillas de la abadía de Westminster, en Londres. De hecho, para más ofensa de sus legítimos propietarios, encima suyo se coronaron, primero, los reyes de Inglaterra y más tarde todos los monarcas británicos. Una tradición que se ha mantenido hasta la actualidad: el dos de junio del 1953 la reina Elisabet II tomó posesión del cargo sentada en un trono de madera ubicado justo encima de la piedra. Y, por todo ello, la Piedra del Destino se consolidó como el gran símbolo nacional de Escocia en manso de los ingleses. ¿Pero cuál es el origen de esta pieza? Según la leyenda medieval, la piedra tiene más de dos mil años de antigüedad. Según la Biblia fue la almohada del profeta Jacobo, el padre de las tribus de Israel. Y siguiendo este hilo argumental, la almohada-piedra habría llegado a Escocia a través de un largo periplo por Egipto, el Magreb, Sicilia, la península Ibérica y la isla de Irlanda. Ahora bien, más allá de leyendas y tradiciones, los últimos estudios geológicos de la pieza han permitido comprobar que el material no proviene de Egipto, sino de una cantera del centro de Escocia.
El robo en Westminster // Tenga dos mil años de historia o no, provenga de Egipto o de la misma Escocia, la Piedra del Destino estubo en la abadía de Westminster de Londres durante 700 años exactos. Y sólo hubo un breve periodo en qué salió. El día de Navidad de 1950, un grupo de cuatro nacionalistas escoceses —vinculados en la Universidad de Glasgow— burlaron la vigilancia policial y robaron la piedra. Así, durante cuatro meses la pieza hizo un periplo clandestino por las principales ciudades de Escocia. Y a pesar de que la prensa británica de la época vendió aquella acción como un simple acto vandálico de unos jóvenes alocados, el cierto es que la acción tenía unas connotaciones políticas muy concretas. Después de siglos de disputas, la identidad política escocesa se había disuelto casi por completo entre la hegemonía británica. “La Piedra del Destino simbolizaba la existencia del pueblo escocés como nación y ponía en evidencia el dominio inglés sobre nuestro país. Por eso, el objetivo del robo era desvelar la conciencia nacional escocesa, en la época eclipsada por la importancia del Reino Unido, que después de la Segunda Guerra Mundial se había erigido como una de las grandes potencias europeas”, explica el abogado Iain Hamilton, mientras recuerda una acción en la cual participó hace casi sesenta y cinco años.
Así, Escocia vivió una ligera recuperación del sentimiento soberanista que reivindicaba la Piedra del Destino como paradigma de los límites que el ejecutivo de Londres ponía a las aspiraciones nacionales escocesas. “De hecho, al inicio del conflicto, en 1941, Winston Churchill y Franklin Roosevelt, en representación de la Gran Bretaña y de los Estados Unidos, firmaron la llamada Carta del Atlántico. En este documento diplomático se hablaba del derecho a la autodeterminación de los pueblos. Pero Londres, a pesar de ser uno de los firmantes, nunca respetó este punto en las decisiones que tomaba sobre Escocia”, añade Hamilton, a sus 89 años. Lo curioso del caso es que a pesar de la censura franquista, la historia del robo de la Piedra del Destino llegó a oído de un grupo de jóvenes vinculados al Frente Universitario de Cataluña, en Barcelona, que inspirados por aquella aventura épica de los escoceses se propusieron de emprender una acción similar en nuestro país. Así pues, en 1952 planificaron el robo de la tumba del rey Jaume I, que a la época estaba a la catedral de Tarragona. Y es que el general Francisco Franco había organizado una ceremonia para trasladar aquellos restos hasta el monasterio de Poblet, donde se conservan actualmente. Las connotaciones políticas de la acción eran muy evidentes: evitar que el dictador se apropiara de uno de los símbolos más destacables de la historia de Cataluña, el rey Jaume I, artífice de la expansión por el Mediterráneo y considerado el padre de los ‘Països Catalans’. El complot contaba con el apoyo de estudiantes de la Universitat de Barcelona como Pere Figuera, Joan Reventós y Josep Maria Ainaud de Lasarte, jóvenes que años más tarde destacarían entre las élites intelectuales y políticas de Cataluña. Pero debido la complejidad del plan y, sobre todo, por la afinidad religiosa de algunos de los instigadores —dudosos a la hora de plantear el robo de una tumba que podría ser considerado una profanación— la idea fue, finalmente, desestimada y Franco presidió el traslado de los restos hasta el monasterio de Poblet.
Un chantaje político // Como en el caso catalán, los estudiantes escoceses tampoco se salieron con la suya. Y es que, a pesar de que habían conseguido llevar la piedra hasta Escocia, el 10 de abril del 1951, sin saber qué hacer, abandonaron la pieza a la abadía Arbroath, en el centro del país, y la policía la trasladó de nuevo a la abadía de Westminster. La piedra, pues, no volvería a pisar territorio escocés hasta el 30 de noviembre del 1996. Pero ¿por qué el gobierno de la época aceptó de devolver la piedra en Escocia después de 700 años de reivindicaciones? Por un lado, hay que tener en cuenta que, a la época, el Partido Conservador del primer ministro John Mayor era mayoritario en Inglaterra pero tenía un modesto nivel de aceptación política entre los escoceses, una circunscripción donde apenas obtenía un 15% de los votos. Por otro lado, a mediados de los años noventa, Escocia vivía en pleno debate sobre la descentralización. De hecho, se había previsto de organizar un referéndum el 1997 para votar la recuperación, o no, del Parlamento que los escoceses habían perdido hacía trescientos años, cuando se fusionaron con Inglaterra para crear el Reino Unido.
El Partido Conservador, a diferencia de los laboristas, se había opuesto a hacer ningún paso hacia la descentralización del Reino Unido y no veía con buenos ojos la creación de un Parlamento autónomo en Edimburgo, porque podría derivar en una desmembración del Reino Unido. Y ante esta situación John Mayor optó por la fórmula controvertida: mover la Piedra del Destino y autorizar su regreso en Escocia. Algunos lo han considerado un chantaje político, un intento de enfriar la creciente demanda de autogobierno que llegaba desde Edimburgo justo unos meses antes de la celebración del referéndum. El regreso de la piedra, pues, se hizo efectivo, pero muchos escoceses empujados por la euforia se olvidaron de leer la letra pequeña del acuerdo: cuando el sucesor de Elisabet II tenga que ser coronado, el bloque tendrá que volver a Londres. “Me invitaron a la ceremonia de traslado, pero no asistí. Fue un acto político, un gesto interesado del gobierno conservador de Londres para intentar calmar las reivindicaciones independentistas. Además, sólo hay que leer la letra pequeña para darse cuenta que los ingleses todavía tienen potestad sobre la piedra”, explica con cierto resentimiento Iain Hamilton. Pero la estrategia, a John Mayor, no le salió bien: los conservadores no sólo perdieron las elecciones generales del Reino Unido de mayo del 1997, sino que tampoco consiguieron ningún representante tory escocés en Westminster. Y, lo más importante, en el referéndum por la descentralización, el 74% de los escoceses votaron por el Parlamento de Escocia. Por primera vez desde el 1707, pues, Escocia disponía de su propio Parlamento y los escoceses tenían el derecho de definir buena parte suyos asuntos. El camino hacia el sobiranismo sólo había empezado. Y ahora, a las puertas de un nuevo referéndum por la independencia, es imposible no recordar la antigua leyenda: “Cuando la piedra esté en Escocia, el país conseguirá su libertad nacional”. Este 18 de septiembre sabremos si definitivamente se cumple la profecía de la Piedra del Destino escocesa. (Diari ARA, 14/09/2014).